12.11.2010

para Carlos From Jonás


La vergüenza era algo que no venía en el paquete cuando llegue a este mundo. Morí antes de nacer, creo que varias veces, pero jamás he creído en lo que dicen los doctores, por ello sigo acá. Padezco de dislexia crónica y una falta de ortografía de colegio público. A pesar de aquello nunca he sentido algún resquicio de humillación respecto de los otros frentes a por mí. Pues todo aquello que narran claramente configura y constituyen lo que soy en ellos, pero yo sin ellos y sin sus lánguidas lenguas balbucea sobre aquel en que he disfrazado de bufón – a la parodia del hombre con el hombre – no soy más que el vivo reflejo de las imposibilidades de actuar de aquellos que me latigan con sus blasfemicas profecías sobre un otro que no amerita tanta atención ni declamación por las masas.

Soy un opositor al triunfo y al exitismo. Lo banal de la vida se enmarca en flagelos creados para impedir que aquellos que nos atrevemos a ser hombres y no otra cosas logremos desentrañar la virtud y la vergüenza en los rincones menos felices de la vida. Cuando duermo en las calles o en los cajeros automáticos no dejo de ser, ni pierdo mi condición de hombre, humano, perro, calle, ente o marginal por excelencia. Cuando alimento mi cuerpo de llagas por la inoperancia o fatiga extrema y creó una dieta a base de gaseoso y liquido. Cuando me empeño en no usar mis muelas para masticar los sólidos que ostentan algunos con petulancia su caviar y otras ambrosias.

Por mucho tiempo creí no tener la capacidad de darme a entender, mucho tiempo asumí que todo aquello que salía de mi boca y de mis puños eran fluidos desperdiciados en lubricar mi paladar o mis axilas que se humedecían entre la gonorrea que se entendía de mis actos y de la constante utilización de retoricas y coprolalicas palabras que se entendían entre gruñidos y eructos de un ebrio, infantil y casi imbécil sujeto al de alguna manera causo la atención de otros hombres que pasaban por la vereda de en frente, ya que por la calzada en la cual mis pasos me guiaban era cada vez un calzada más y más agreste y solitaria. Creo haberme equivocado, pues a quienes recuerdan cosas que yo no, no de mi vida sino de sus vidas – en donde alcance a vomitar algún extracto de bilis por sobre sus pasos, y cuyo olor tan representativo de esa amiga amarilla verdosa que causa escozor hasta entre los dientes cuando la expulsas, fue el percutor de una simbiosis – no migo, sino más bien con el hedor que dejaban mis pasos.

Ahora bien, si quieres saber quién soy, sabrás que soy un mito. Construyo mi vida en fantasías y en lugares comunes, mis ambiciones no son las de hombres sino de aun héroes helénico o quizás de una romántico barroco tirando pa’l rococó bizarro – pero bizarro por los caballero hidalgo, aunque mi armadura este curtida de cuero humano y viseras de cerdo – solo quiero llegar tan alto que mi silueta cubra el sol, para que vivas bajo mi sombra. Quiero ser un inmortal y mi exista mas allá de la carne. Quiero que el Cristo redentor me envidie y que maría magdalena purifique mis putrefactos pies con sus lagrimas – no de dolor sino de vergüenza humana, que llore de dolor por tener metas humanas y no divinas, que llores por creer que setenta años es mucho tiempo – quiero vivir sin pisar el suelo, quiero caminar sobre los hombres habitar en su ser e incubar mi cólera en ellos. Quiero podrirme de tanto esperar y suicidarme empalizado en un hoguera de lenguas incendiado por los corazones calcinantes de éxtasis e inhumanidad corporal.

Aun más sincero aun, en la única distancia posible que tengo para que mi cuerpo cubra el sol y que vivas bajo mi sombra , ese lugar está justo a un lado del tuyo, tan cerca y tan invisible que solo cubra el trozo de sol que impide que habrás bien los ojos para ver lo que esta hay – no a mí, que soy invisible, sino al mierda en la cual están, estamos y estaremos sin mirar – quiero ser inmortal en aquellos que no me ven, en aquellos para los cuales aun no existo, ya que en esos hombre que me vieron pasar ya vivo en ellos, aunque lo nieguen o lo oculten, quiero que vivas unos cien años y narren mis historias en fogatas, asados, reuniones u otros conventillos. Quiero que derramen vino cuando no esté ahí, que el pucho del cigarro se coma el viento y que las colas no se guarnen sino que se regalen. Quiero vivir en tu alma, no en tu cabeza, no en tus recuerdos ni en tus sentimientos – vivir en eso que matar de pena o explotar por el amor – no quiero morir, para ello debo dividir mi ser en trocitos en dejarlos implantados en esos que me vieron vivir, y aunque con el tiempo se olviden de mi nombre, mi cara y mis historias sigan con mis actos. No estoy diciendo que aprendan de mí, sino más bien que no tengan miedo de aprender a vivir en esta vida, que no los estrese el hambre o el cansancio, que las metas no sean el cielo, la guerra o el infierno. Cuyo único fin por el cual estamos acá es para disfrutar ese instante presente, verlo hacerse pasado mientras construimos un futuro, no para mi cuerpo, no para mi carne que habrán de comer lombrices y gusanos, ácaros y hasta mi propio pelo uñas y estiércol. Quiero vivir en kurilintraba, natai o en mis oídos silenciosos que mueren por decir lo que han oído, quiero no tener límites y para ello creare un lenguaje que no los tenga.

Ahora no pido más de ti, que tú ya sabes que tienes que hacer y sé que los estás haciendo. Quizás antes de morir pueda leerlo, y de no ser así – mas que seguro – estaré parado en donde chocan las paralelas bebiendo lava del estomago de algún gigante. Y tú estarás siendo Jonás.

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